Ana Paola

Semillas de Luz

(Autora: Ana Paola, estudiante de astrofísica y escritora)

Ana Paola miraba el cielo desde su aldea en las montañas de Oaxaca, donde las estrellas brillaban más que las luces de la ciudad. Mientras trazaba constelaciones en su cuaderno, su abuela le dijo: Las estrellas nos guían, pero son nuestras manos las que siembran el futuro. Esa noche, al ver a su hermano pequeño dormir con hambre, decidió usar sus conocimientos de física y su pluma para cambiar su realidad.

En la cocina de Doña Chabela, donde el grupo se reúne por primera vez, Ana Paola, raspando una ecuación en la mesa de madera:
—Si la energía no se pierde, solo se transforma… ¿por qué nuestra pobreza parece eterna?

Toño, levantando una tuerca oxidada: —¡Ja! Nos faltan herramientas. Ayer mi papá vendió nuestra cosecha a mitad de precio porque no teníamos cómo almacenarla.

Luisa, cortando un hongo en su palma: —Esto crece en los desechos del café. ¿Y si enseñamos a cultivarlo? Con proteína barata, los niños no pasarían hambre.

Doña Chabela, revolviendo atole con gesto severo: —Ustedes hablan bonito, pero el trueque ya lo hacíamos antes. Lo difícil es convencer a los desconfiados… Como el señor Rosas, que prefiere vender su maíz al coyote.

Silencio. Ana Paola dibuja una estrella junto a la ecuación.

En el mercado comunitario, el Señor Rosas cruzando los brazos frente al puesto de trueque: —¿Cambiar mis jitomates por puntos? ¡Eso no llena la panza!

María, niña de 12 años, mostrando una libreta: —Anoche usé mis puntos para que Toño arreglara el molino de mi abuelo. Ahora molemos nuestro propio maíz.

El señor Rosas observa cómo María intercambia 3 horas de clases de lectura por un saco de frijoles. Se rasca la cabeza.

Toño, en voz baja, a Ana Paola):
—¿Ves? Hasta las estrellas necesitan gravedad para formar constelaciones.

Llega un político en camisa blanca, escoltado por maestros con regalos y sonriente, alzando una bolsa de despensa: —El gobierno los apoya. Esto es progreso.

Doña Chabela, interponiéndose con su bastón: —Progreso es que ya no necesitemos sus migajas. ¿Sabe cuánto vale una hora de trabajo aquí? Le muestra un mural donde escribieron:

Político, incómodo: —Pero… eso no está en el sistema.

Ana Paola, señalando el cielo: —Tampoco lo estaban las estrellas, hasta que alguien les puso nombre.

El Abuelo Zenón, viejo astrónomo aficionado que guarda secretos en su choza llena de relojes rotos, a Ana Paola, mientras ajusta un telescopio de latón:
—Mira, niña: la Vía Láctea y nuestra milpa son lo mismo.
—¿Cómo? —pregunta ella.
—Ambas necesitan tiempo y paciencia… y un montonal de estiércol.

El Abuelo ríe y le entrega un cuaderno con dibujos de constelaciones mezcladas con planes de riego. (continúa)